Yo recuerdo a mis doce madelmans, los adoro, fueron lo mejor de mis doce años. Siguieron siendo lo que consideraba mis mejores amigos casi hasta cuando me casé. Eran mudos e inexpresivos, eso no les afectaba. Nunca tuvieron intención de hablarme. Incluso no sé si me querían. Yo sí los quería, y les quiero ahora.
¡Tenían tanta historia, tanto de mis opiniones y mi entendimiento! Ellos habían vivido la vida, eran especialistas en todo. Motti era un judío que había vivido en el gueto de Varsovia. Guetto era un tipo sin definición, las más de las veces sabías que había sido un carcelero de campos nazis. Luego vienen los más grandes: el que más quiero, del que no recuerdo su nombre, y Marcus Welby. Marcus no se rompía, yo siempre jugaba con él, el gasolinero, el que me regaló Maruja Lon.
¿Cómo puede ser todo esto tan importante, por lo profundo y sentido, y tan trivial y lejano?
Unos juguetes de plástico se clavaron en mi memoria y en mi corazón, tan fuerte e intensamente que todo lo sucedido después son sólo sucesos posteriores. El tiempo es imparable y no nos pertenece, creo que incluso ni nos importa. Tengo doce años, vivo en el Fortí, es verano.
Todo esto estaría muy bien y sería cierto si no pulularan por nuestras vidas una cierta gentuza queridísima, en mi caso unas niñas vanidosas como ellas solas, pero a las que no les puedo adjudicar muchos más defectos.
Doce años, ¡Qué va!, ¡tengo cien! La condición de padre te convierte en un protector caparazón de tortuga.
Es genial Felipe ...me ha encantado..algo así sentía yo..con mis muñecas...besitos guapo !!!
ResponderEliminar